sábado, 24 de abril de 2010

SIMPLEMENTE BALDOMERO... ETERNAMENTE POETA

I
Acaso ningún poeta ha suscitado tanta polémica en cuanto a su estilo, como ocurrió con el argentino Baldomero Fernández Moreno.
La razón es simple. Ninguno como él, trató durante toda una vida, reformular las bases de la poesía, intentando alcanzar la pureza absoluta en cada uno de sus versos a través de la sencillez. Acontecimiento que generó en el ambiente literario aduladores como también detractores.
Hijo de padres españoles, Fernández Moreno nació en Buenos Aires el 15 de noviembre de 1886. A los seis viajó junto a su familia a España, para vivir en Bárcena y luego Madrid, hasta 1899; año en que retornan a la Argentina. De este período, el poeta lo supo rememorar en Aldea Española, uno de sus más de veinte libros escritos.
Pronto comenzó a estudiar medicina-se recibió en 1912- y a componer sus primeros versos. Desde entonces, es identificable su temprana reacción contra la artificialidad de los modernistas.
Son años de humilde felicidad, ya que se desempeña en Chascomús, haciendo las dos cosas que más quiere, trabajar y producir poesía:
“Me gusta hacer a pie mis visitas de médico,
Sobre todo en las tardes iguales del buen tiempo.
El aire está impregnado de perfumes diversos:
el de los paraísos, tan fuerte, que da vértigo,
el de las madreselvas y rosas de cercos,
acacias del camino, glicinas del alero,
y el vaho de azahar que dan los patios viejos.
Me gusta hacer a pie mis visitas de médico…
Olerán, en mis manos, a flores los enfermos.”
En 1915 publica su primer libro, Las iniciales del misal, luego Ciudad (1917), Campo Argentino (1919), Versos de Negrita (1920), Cantos de amor, de luz, de agua (1922), Romance y Seguidillas (1936), entre muchos otros.
Se casó con Dalmira López Osornio y tuvo cuatro hijos.
Siempre como descubridor de la poesía que se oculta en lo cotidiano, utiliza en todos estos libros, versos simples.
Gracias a su capacidad de observación, y con una brevedad casi epigramática,
supo ver lo que lo rodeaba con notable nitidez.
Así, con imágenes directas, a veces casi triviales, comprendió ilustrar de manera sintética el mundo, a través de una sobria castidad formal.
“Soy esa fuentecilla de la plaza
en la que beben pájaros y niños.
Un soporte, una pila,
y un capullito de agua cristalino.”
Hacia 1924 deja la medicina y obtiene varias cátedras de literatura e historia en colegios secundarios.
Algunos de sus galardones fueron: el primer premio municipal por Aldea española (1925), y segundo premio nacional con Décimas y poesía en 1928. En 1934 se incorpora a la Academia Argentina de Letras. También fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Fernández Moreno llevó una existencia silenciosa, de recoleto, dedicando sus días a su pasíon, la poesía.
Murió el 7 de julio de 1950.
Vale destacar que además de su copiosa obra lírica, escribió también en prosa.
Estos trabajos- casi todos aún inéditos-, son:
Quiosco, Guía caprichosa de Buenos Aires, Un hilo de araña y otros hilos, y su autobiografía Vida. En estos libros impera una agudeza imperturbable a través de un estilo minucioso.
A pesar que aún no se han editado en forma ordenada sus obras completas, Baldomero Fernández Moreno existe en inumerables antologías.
Varios de sus poemas, como Setenta balcones y ninguna flor,
alcanzaron la memoria del pueblo argentino.
II
Su obra se puede desmenusar en tres etapas, de 13 años cada una.
De 1910 a 1923, la época sencillista- donde propone la espontaneidad-desde entonces hasta 1937, la formal- en pos de la virtud literaria-
y por último hasta su muerte,
la época sustancial donde busca una síntesis entre el sentimiento y la forma.
Escrutar el estilo sencillista de Fernández Moreno.
No es tarea facil.
En parte porque es difícil nombrar su escuela, una síntesis entre espontaneísmo y verismo.
A la aparición del primer libro suyo, Las Iniciales del Misal de 1915, la poesía era mayoritariamente representada por los modernistas Leopoldo Lugones, Amado Nervo, Dalmira Agustini, Herrera y Reissig y Rubén Darío.
Para ellos, la poesía significaba- entre otros artificios idílicos- la construcción de temas y figuras mitológicas griegas y escandinavas.
Vivían incorporando en su arte, elementos de la estética de los parnasianos franceses, como también de la escuela simbolista, inclusive de los prerrafaelistas del siglo XIX.
La exuberancia y la búsqueda de efectos decorativistas era la receta para su poética.
Como consecuencia, los modernistas divorciaron a la poesía del lenguaje común, y erigieron una estética preciosista, donde lo exótico y lo onírico imperaban a través de vocablos como: perlas, lapislázuli, cetro, ninfas, cisnes, oro, rubí, terciopelo, relicario, seda y tantos otros.
Se crearon como resultado, sonidos inauditos, un léxico raro, adjetivación infrecuente y una asociación de ideas bizarras, absolutamente anacrónicas.
Basta citar una estrofa de El suspiro, del modernista Julio Herrera y Reissig para comprobar el tipo de poesía que se apreciaba entonces:
“Quimérico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina,
con mística quietud de ave marina
en una acuñación escandinava…
”O este otro titulado Fiat Lux:
“Sobre el rojo diván de seda intacta,
con dibujos de exótica gramínea,
jadeaba entre mis brazos tu virgínea
y exangüe humanidad de curva abstracta”
Lo rebuscado alcanza su florecimiento. De este esteticismo extremo nació el estilo de Baldomero Fernández Moreno, el primero en rebelarse en contra del excentricismo modernista y recordar que la poesía es antes que nada pureza.
Así es como Fernández Moreno intenta quitar el manto de solemnidad para refrescar la lírica en su absoluta desnudez.
Se encargó de bajar del Limbo la poesía para depositarla en la tierra.
Lo hizo a través de un sistema meticuloso de depuración formal que le llevó toda una vida de perseverancia, alcanzando algunas de “las mejores consonancias del idioma” como aseguró Vicente Barbieri.
Fernández Moreno regaló en sus libros, una lírica llana, diametralmente opuesta a las formas ostentosas de entonces.
Aquí lo verifica en el breve poema Una casa:
“Casita blanca, al fondo, sin rumores
plátanos quietos, rústico cercado,
simpleza de caminos, pocas flores…
No hueles a jardín, hueles a prado…”
Sus versos revelan valores perdurables como el lenguaje austero y el desapego por fórmulas rítmicas obsoletas.
Así logró alejar a la poesía del aristocraticismo literario-hasta entonces-galana y señoril.
Puso fin a la oscuridad poética y se manifestó en contra de los liristas de laboratorio, que por amor a la palabra terminaron por elevarla hasta lo inaccesible, lo hermético.
III
Su objetivo era realista y materialista puesto que se encarga de la transcripción de la realidad inmediata.
Su sencillismo -su método poético- consistía en destruir aquellos vocablos que nada dicen.
Claro que en ciertos casos, por rescatar lo poético de la realidad inmediata con temas de corte familiar como el crepúsculo, el alba, las calles, el campo, la ciudad o el barrio; corrió el riesgo de permanecer demasiado cerca del simplismo, como en Crepúsculo:
“El cielo azul
con una nube blanca.
El cielo azul con una nube rosa.
El cielo azulcon una nube de oro.
Y un pajarito negro.”
Este tipo de composiciones le causaron fuertes críticas, sobre todos de aquellos apreciadores de Lugones y Darío.
Se lo acusó de ser autor apoético, chabacano, considerándolo un poeta plebeyo.
En otras palabras: vulgar y prosaico. Controversia que aún exige aclaraciones.
Para Fernández Moreno el sencillismo, su forma de poetizar, significó cantar con humildad sus vivencias como ser humano, lo que a veces- por ser demasiadas simples y próximas- generó cierta confusión.
Quizás su despreocupación formal sea la primera causa de sus únicas -y reprochables- limitaciones. Pero su equilibrio de idioma -justo medio entre los excesos tanto del modernismo como de la vanguardia- hicieron posible poemas de saludable vitalidad.
Un ejemplo es Madrugada:
“Madrugada, madrugada…
Las estrellitas están bañándose en agua clara…”
o Caminos, de 1923:
“Huyo, siempre que puedo,
de las frías veredas.
Prefiero los ladrillos
con musgo, en las afueras.
Pero amo, sobre todo
los senderos de tierra.
Mejor con una que otrahojita amarillenta.”
Su mayor logro consiste en sus procedimientos estilísticos;
donde la concisión y justeza -siempre irreductibles-,
se orientan hacia una estética sincera,
logrando así acercar la poesía a la vida.
Para Baldomero Fernández Moreno, la vida es poesía.
Quien lee sus poemas revive con felicidad el mundo.
Textos tomado de Internet,
corregidos y enriquecidos en datos biográficos y bibliográficos.

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