Ella, Mariana Pilla, nació el 21 de enero de 1906 en Italia. Tenía una hermana y dos hermanos varones. Allí, en Italia, eran dueños de olivares y ella lucía unos delicados vestidos de seda. Era realmente hermosa.
Cuando en Italia estalló la guerra, lo perdieron todo y un día muy lejano subieron a un barco para venir a América.
Eran unos de tantos inmigrantes que venían cargados de ilusiones y como ella decía siempre, “no hay que mirar atrás porque a veces los recuerdos te hacen mal”.
Mi abuela tenía 15 años. Sabía que tenía un destino: debía casarse con Celestino. Eran esos casamientos que arreglaba la familia.
Pero en el barco algo pasó. Caminando por la cubierta conoció a Antonio Pilla (eran primos muy lejanos y no lo sabían), fue como un hechizo. Desde allí no se separaron más.
Su madre, Pascualina, tuvo que comprender que se habían enamorado.
Llegaron a la tierra prometida: Argentina y se casaron.
Ella desde chica aprendió a hacer todas las tareas de la casa. Tuvieron 5 hijos, parecidos en lo físico, pero a la vez cada uno con distintas personalidades.
Y por esas cosas que tiene la vida, mi abuela quedó sola muy joven con sus 5 hijos.
De ella aprendí que en los momentos críticos es cuando más uno tiene que tener fuerza.
Ella empezó a tejer para afuera. En un día terminaba un sweter. Para mi abuela no había prendas difíciles, las agujas era como que volaban y con la lana que le sobraba vestía a sus hijos.
Sus manos eran como mágicas y qué puedo decirles de sus comidas, esas riquísimas empanadas caseras, exquisiteces italianas, fideos que ella amasaba con amor como cuando lo hacía con su abuelita a los 4 años.
Tal vez en algún momento se acordaría de sus vestidos de seda pero no lo decía.
Ella estaba orgullosa de estar en Argentina y tenía una particularidad: hablaba perfecto el castellano. Decía “yo vine a esta tierra y tengo que saber bien el idioma, no como otros compatriotas que siguen con el italiano cerrado”.
Mi ajuar de bebé lo tejió casi todo ella. Era espléndido.
Cuando venía a casa era sólo decirle, “abuela me encanta este sweater”, mostrándole una revista, ella te decía “ traeme la lana” y ahí en todo el día te terminaba la prenda.
Siempre nos decía “me encanta tejerles a Uds. porque cuidan lo que les tejo”. Todavía tenemos muchos tejidos de ella.
La comida era una fiesta. Ella se levantaba temprano y te sorprendía con buñuelitos, ravioles caseros, un tuco exquisito y también con los mejores consejos.
Mi abuela había aprendido a ser dura, a presentarle batalla a la vida, pero en cada uno de sus actos estaba el gran amor que nos tenía.
Mi mamá, Pascuala, su hija, es realmente muy espiritual, extremadamente cariñosa y tal vez, sigue conservando algo de niña, es por demás buena, y muchas veces se desilusiona con algunas personas.
Siempre me dice, “ tendría que ser tan fuerte como la abuela”. Pero aunque mamá no quiera admitirlo lo es.
Mi abuela, el 2 de agosto de 1985, se duerme para siempre, rodeada de todos sus hijos y nietos.
Siempre seguiremos oyendo la música de sus agujas.
María Cristina Ponzi- 16 de julio de 2008
alumna de la Escuela de Comunicación Social “ Siervo de Dios Juan Pablo II”.
publicado como texto motivador en el folleto "Cuidando las raíces"- 9º Año de Escuela Normal de Chascomús.
martes, 4 de mayo de 2010
HISTORIAS DE VIDA: LA ABUELA MARIANA
Etiquetas:
historias de vida,
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